Ese rostro sereno y trajinado
que miro y que me mira en el espejo
es ahora un lánguido reflejo
de aquel otro lozano y aniñado.
Igualmente disfruto con mi nave,
no sé cuánto - al río itinerante
no lo rige un frágil navegante-solamente el Altísimo lo sabe.
Solo sé que al arribo inexorable
me abrazará un silencio interminable
y nada cambiará en la ribera,
porque siempre habrá una Epifanía
inundando los ojos de alegría.
Cuánto voy a extrañar cuando me muera.
martes, 3 de junio de 2008
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